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1) ¿Qué error le molesta más advertir en un texto literario y cuál es el último que halló en el libro que está leyendo o que acaba de leer?
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Cartelito pegado abajo del timbre, Aguarde y será atendido. Ya me había aclarado en el mail que toque y espere, que siempre hay alguien. Me atendió una chica de veinticinco o veintiséis años, pantalón ajustado, la remera le quedaba apenas holgada. Mientras atravesábamos la larga galería entendí por qué la aclaración en el timbre. La casa era muy simple y casi no tenía muebles, apenas una mesa con una sola silla y una cama de dos plazas. Me quedé parado al lado de la puerta con el libro en la mano. Me preguntó si me podía pagar con una planta. Inmediatamente me acordé lo que me dijeron en una editorial -en julio o agosto, no me acuerdo bien ahora-, supuestamente ellos me ofrecían el servicio de distribución y, fundamentalmente, de cobro, que era la más incómodo. Pobres diablos. En el patio, apoyadas en el suelo, había tres macetas: tres tallos de pie a pleno sol. Me dejó elegir. Me miraba entusiasmada, como si me estuviera haciendo un favor. Me explicó que las semillas son importadas, todas señoritas, que para después del verano salían como trompada. Usó la palabra trompada por lo menos cuatro veces. Salí a la calle con una de las macetas adentro de un cono ridículo de papel de diario. Ahora, a esperar.
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Finalmente llegó Gutiérrez, mi primera novela. Qué emocionante. Pensé en subir unas fotos del momento en que el empleado de la empresa de transporte me daba las cajas de cartón, envueltas en un plástico todo mugriento. También hubiera sido divertido sacarle una foto a las cajas apiladas adentro de mi casa, incluso mejor con la tapa abierta, para que se vean un poco los libros. O sacarlos todos y ponerlos ordenados uno al lado del otro -como una alfombra gigante de Gutiérrez- y filmar un corto, con música, alguna música bien divertida, ni idea cuál, después iba a buscar alguna. Un plano secuencia de lo más loco. Dejé todo tirado y fui corriendo a buscar un cuchillo a la cocina, no había ninguno limpio, agarré un tenedor. Abrí la primera sin problema, la punta del tenedor se clava en la cinta de embalar y la rompe de inmediato, lo hice mil veces. Eso salió perfecto. El problema fue que adentro había un montón de carpetas, papeles, folletos de promociones de una tintorería y -esto es increíble- una caja de huevos, con los huevos adentro. Una docena. Me parece que hice algún ruido, no grité, fue otra cosa. Volví a la empresa de transporte y le expliqué al muchacho lo que había pasado. Especialmente le remarqué el tema de los huevos. Estaban todos sanos. Insisto: increíble. Me pidió disculpas. Cambiamos las cajas. Volví a casa. Esta vez lavé un cuchillo y abrí con cuidado. Bueno, así empezó todo. Ahora a repartir la novela en librerías y todo lo demás. Veremos qué pasa. De a poco voy a ir subiendo novedades en este blog... seguimos en contacto. Au revoir!